Es muy angustioso el sentarse ante un papel, empuñando un
bolígrafo y no saber que escribir, sobre que hablar, que hacer. Más aún cuando
esto es provocado por el colapso de cosas de las que alguien quiere hablar, y
no por escasez de ideas. Hoy día, todo lo conocido es demandable, criticable y
de forma proporcional, todo el mundo se convierte en un ser que debate, crítico
e inunda con palabras todo. Me pregunto si esto no hace que se pierda algo de
valor, que se desperdicien entre las palabras sin sentido de algunos, las ideas que podrían iluminar la oscuridad. De
todos es sabido, que ante la imposición de una nueva ley, las redes sociales
son colapsadas al momento, en las noticias se difunde la misma y el boca a boca
completa el ciclo de transmisión de la información. Este fenómeno ocurre con
todo, el gol de un equipo de futbol multimillonario, un atentado, una
injusticia… Pero mucho me temo que las redes sociales solo se usan como una
válvula de escape para el enfado del pueblo, así pues, si algo no me gusta,
entrare en mi cuenta de Facebook y posteare mi enfado, probablemente con alguna
foto que llame la atención y que este post sea compartido. Acto seguido de
subir mi publicación a esta red social, mi enfado se atenuará, disipándose progresivamente
hasta que llegue a mi cabeza la idea de que ya he añadido mi granito de arena
en esa lucha.
Y esa es la rutina diaria de muchos internautas que están todo el
día saturando redes sociales, ocupando el espacio que deberían ocupar ideas,
alternativas y propuestas de mejora, que parecen estar exiliadas de este
planeta, pues ya no existe apenas la puesta común de ideas entre personas, que
como he dicho, están muy ocupadas, de compras, twiteando o destrozando sus ojos
y su educación ante un televisor.
Pero parece que el ser humano, sedentario por elección, se
asienta sobre esta forma de vida, como una forma de vida llevadera y agradable
que se resume en una frase: “Ya el quejarse no sirve ¡Pero oye! De momento
siguen dejando que me queje”.
Es triste, pero es la cruda realidad, cada día crece la
necesidad de compartir techo con la tecnología Android, con un televisor que
ocupe lo mismo que una cama o más, crece el descontento de las familias que no
pueden dar a su hijo la consola de última generación que sus compañeros de
clase tienen, pero olvidamos lo fundamental, olvidamos que compartimos techo
con nuestros iguales, nuestros hijos/as, hermanos/as… y que son mil veces más
importantes que lo material. Olvidamos también cuál es el siguiente paso cuando
las quejas no funcionan y os aseguro que no es quedarse de brazos cruzados.
Cada día los jóvenes son formados de manera más incompleta, aportando solo lo
esencial para que el día de mañana salga de la escuela convertido en un
profesional de su campo, como dicta la LOMCE, pero olvidamos el desarrollo del
individuo como persona dotada con dignidad; olvidamos la formación informal,
que está al límite de la extinción, pues ya no se transmiten valores ni
educación que no sean mancillados por la televisión, la publicidad y sus ansias
de obtener beneficios a costa de lo que sea.
Y aquí sigo yo, en guerra con mi mundo interior y sin saber
que letra será la que comience mi texto, porque sinceramente no sé de qué
quiero hablar primero.
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