miércoles, 20 de junio de 2012

El final de un iluso.


De pequeño soñaba con llegar a ser el hombre más viejo del mundo, pensaba que lo lograría, sin tener en cuenta a la muerte ni ningún otro impedimento. También soñaba con ser una de las personas más conocidas del mundo gracias a mis proezas. Pensaba que haría mil cosas pues la pereza no entraba dentro de mi vocabulario. Con el tiempo crecí junto a mis ansias por conseguir todo lo que me había propuesto, fui definiendo mi camino y celebrando todos los pasos andados por minúsculos que fueran. Era feliz y pensaba que todo iba como la seda, todo era perfecto, todo salía según lo previsto y el tiempo cada vez era más fugaz.
Quizá fue ese mi error, tal vez, el pensar que todo salía según lo previsto, fue la condena que me llevó a donde estoy y es que el confiarme y dejarme llevar por una falsa sensación de que todo ya está hecho es lo que hace que ahora escriba esto, debatiéndome entre la vida y la muerte, siendo joven y no teniendo ningún sueño cumplido, no teniendo ningún amigo, no teniendo nada a fin de cuentas.
Algunos llaman suerte o milagro al hecho de que mañana siga vivo en mi fría y solitaria camilla, al hecho de que pueda seguir respirando un minuto más, pero lo que no ven es que para mí es una condena, la condena de un pobre idiota que lo quiso todo pero no consiguió nada. Con anhelo espero el día en el que mi motor deje de bombear vida, pues el dolor que causa en mí el tiempo que he permanecido inmóvil es una condena peor que el mismísimo fin de la vida.
A los que me conocen quisiera decirles que no lloren mi muerte cuando me evapore, sería una pérdida de tiempo innecesaria y a los demás quisiera hacerles un regalo en forma de frase:
“No llores el final de nadie, ni el tuyo propio, llora por las cosas que nunca llegaste hacer.”

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