Entre
miradas perdidas, los temores salían a flote. Los choques de miradas eran
evitados al momento, los cuerpos muertos obligados a vivir, en un lúgubre silencio
marchan. ¿Seré capaz de llamarla? Piensa uno, mientras apaga su móvil, contestándose
a sí mismo. Una sonrisa es asesinada por la discusión de al lado, una vil risa
es avivada por un mendigo y su miserable vida. Cada vez más gris parece estar
todo. No hay opción, la felicidad es para unos pocos; es lo que se respira en
el ambiente. Sumisión cobarde sumada a la más profunda de las tristezas. Todos se
ignoran, ¡pobres!, piensan que así les irá mejor, creen en lo más absurdo,
depositan toda su fe en la estúpida afirmación de que son felices sin ni
siquiera escucharse a sí mismos. Algunos buscan dinero, otros trabajos, otras
compañías, pero nadie mira a nadie, nadie pide un favor, nadie sonríe ni regala
un rayo de luz, nadie hace nada por sí mismo ni por nadie de alrededor.
Consumen
su tiempo, malgastan su vida y cuando se dan cuenta de ello intentan
tardíamente remediarlo. Creen que lo saben todo y es aquí donde está el fallo,
pues nunca sabremos nada en absoluto hasta que no entendamos que no sabemos
nada.
Esquivando
miradas inertes y frías, personas mecanizadas, normas que conducen a la
sumisión y buscando un poco de luz me bajo e intento asimilar de la manera más
tranquila el cómo se permite que todo
esto viaje junto en un solo tren.
" No vale que pienses mucho, que trabajes mucho o seas el mejor en algo; no vale si no eres capaz de escucharte a ti mismo".
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