jueves, 10 de noviembre de 2011

Caminos a la soledad.

Capítulo I:
 El Piedrafría.

Sesenta años cumple hoy su marchito corazón, sesenta años de soledad y amargura, sesenta años sin conocer que es el amor, la amistad y la felicidad. Hoy Juan reconoce su gran error, reconoce que el precio que ha tenido que pagar por no abrir su corazón a sido demasiado alto, mientras celebra su cumpleaños.
Juan recuerda melancólico los amores que rechazó, las amistades ahogadas por su ignorancia, las compañías desinteresadas que había desaprovechado, recordaba todo lo que había perdido, tan solo por miedo.
-¡Soy ridículo!-. Se dije Juan a sí mismo mientras recoge con un pañuelo las perdidas lágrimas de su cara.
Se sentía solo, siempre había temido que la gente le conociese y le pudiese hacer daño, pero es ahora, ya demasiado tarde, cuando comprende que es mil veces más dolorosa la vida en solitario que el daño que te puedan hacer los demás.
Sentado en el sofá, el sexagenario hombre traga humo de su pipa, lee un documento que que tiene en su mano derecha y expulsa el blanco humo de sus pulmones. En el documento escrito está sin error ninguno que la vida del Piedrafría llega a su final, que Juan se muere y no tiene nadie a quien acudir, nadie que le consuele, nadie que le acompañe en su última despedida. Entre lamentos y siniestra oscuridad el sueño se apodera de Juan hasta el día siguiente.
Una luna después, ya con la bienvenida matinal del sol, el Piedrafría despierta, no por el impacto del sol en sus parpados ni por el canto de unos joviales pájaros, sino por el estrepitoso ruido del silencio. Desanimado, y más cansado que ayer, comienza a escribir una carta, su última carta, en la que pone:

Querido quien seas:

Mi nombre era Juan, y mi miedo, que la gente me hiriese. Me pasé toda mi vida evitando relacionarme con otros seres humanos, pensando que hacía lo correcto para evitar el sufrimiento, pero me equivocaba. Nunca he amado, nunca tuve amigos y perdí las ganas de vivir hace ya mucho tiempo. La vida se hace muy aburrida si nadie se interesa por ti ni tu te interesas por nadie. 
Pensé que una sola persona podría hundirme, pero lo que me hundió fue el eco que reinaba en mi morada. Creía que un amor podría destrozarme por dentro, pero lo que me destrozó fue el no haber amado nunca...

El sonido del bolígrafo chocando contra el suelo se escucho en toda la casa, acompañado por el cuerpo del
Piedrafría cayendo contra el mismo suelo. En la más grande de las soledades la vida de Juan se consumió del todo.

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