Gotas se deslizan por mi
fruncido ceño, los truenos ahogan mis gritos de rabia y las farolas disimulan
el enfadado rojo de mis mejillas. Mi reloj marca las tres de la mañana y a
pesar de la tormenta no quiero volver a casa, no quiero ni ver ni oír ni sentir
a ningún ser humano cerca porque me dan asco. Me repugna un ser que busca la
igualdad partiendo de la diferencia, un ser que se autoclasifica como si fuera
ganado mediante documentos de identificación, pasaportes o cuentas en redes
sociales. ¿Es qué acaso no se diferencia a una persona a simple vista? ¿Es que
acaso el color de piel marrón amarillo o
castaño es una enfermedad? A veces creo q soy el único que piensa que no
lo es.
Estoy harto del
prejuzguismo al que servís, que os lleva a desechar a los mayores, alegando que
son un estorbo, que evita que veáis la fuente de sabiduría que reside en ellos.
Harto también del egoísmo, asesino de la empatía, que os obliga a olvidar a los
extranjeros y en algunos casos a pisarlos solo porque creéis que vienen a
robaros dinero, empleo y demás cosas. Harto de que destruyáis la creatividad de
los niños, obligándolos a entrar en una rutinaria espiral y eliminando todos
los caminos restantes.
¿Cuándo aprenderéis que
una sonrisa no tiene precio? ¿Y que todos sois iguales? Hasta que no os deis
cuenta, yo seguiré siendo un tuerto en el país de los ciegos.
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