martes, 16 de agosto de 2011

El país de los ciegos.


Gotas se deslizan por mi fruncido ceño, los truenos ahogan mis gritos de rabia y las farolas disimulan el enfadado rojo de mis mejillas. Mi reloj marca las tres de la mañana y a pesar de la tormenta no quiero volver a casa, no quiero ni ver ni oír ni sentir a ningún ser humano cerca porque me dan asco. Me repugna un ser que busca la igualdad partiendo de la diferencia, un ser que se autoclasifica como si fuera ganado mediante documentos de identificación, pasaportes o cuentas en redes sociales. ¿Es qué acaso no se diferencia a una persona a simple vista? ¿Es que acaso el color de piel marrón amarillo o   castaño es una enfermedad? A veces creo q soy el único que piensa que no lo es.
Estoy harto del prejuzguismo al que servís, que os lleva a desechar a los mayores, alegando que son un estorbo, que evita que veáis la fuente de sabiduría que reside en ellos. Harto también del egoísmo, asesino de la empatía, que os obliga a olvidar a los extranjeros y en algunos casos a pisarlos solo porque creéis que vienen a robaros dinero, empleo y demás cosas. Harto de que destruyáis la creatividad de los niños, obligándolos a entrar en una rutinaria espiral y eliminando todos los caminos restantes.
¿Cuándo aprenderéis que una sonrisa no tiene precio? ¿Y que todos sois iguales? Hasta que no os deis cuenta, yo seguiré siendo un tuerto en el país de los ciegos.

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