martes, 8 de marzo de 2011

Oda a la Naturaleza

Llegué a un nuevo lugar, llegué y me enamoré. Me enamoré del paisaje que me ofrecía la ventana y me enamoré del guiño risueño que me regalaba la naturaleza. Pasó el tiempo y mi amor no cesaba, no se extinguía. Mi momento de alegría al día era devisar ese paisaje propio de una utopía y seguía enamorado.
El tiempo, imparable, continuó marchando, pasó y mi amor por la ventana y su paisaje, mi amor por el guiño de la naturaleza y mi alegría parecieron marchar con él. Comprendí entonces lo que unos escritos de un filósofo querían decir con :"Los seres humanos tendemos a acostumbrarnos a lo que ya tenemos, por lo que dejamos de valorarlo como el primer día". Lo comprendí y me apené. Me apené y busqué mi perdido amor por la ventana y su paisaje, mi perdido amor por el guiño de la naturaleza y mi alegría.
Busqué en el campo, morada de la risueña naturaleza y la encontré. La encontré y me alegré. La encontré, me alegré y entendí que la propia naturaleza me amaba, pero amaba también la libertad, ambas amantes eternas e inseparables. Entendí que quería corresponder el amor que despertó en mi la ventana y su paisaje, el amor que despertó en mi el guiño de la naturaleza y mi alegría, por ello frecuento la morada de estas amantes, mi alma, mi libre alma, mi libre y natural alma, mi amante eterna e inseparable.

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