viernes, 9 de octubre de 2015

La prueba más dura

Inmenso e incontrolable es el deseo del todo, apasionado y egoísta, retraído e inmaduro pero real. Nos embriaga con la falsa creencia de necesidad y todo nubla, sin poderse discernir la cordura, la lógica o la calidez humana. Sensación tan rutinaria, tan presente en el día a día, de segundo en segundo que olvidamos la existencia de esa minúscula pasión por la que vivimos, el engranaje que todo lo gira, que da sentido a la vida, que da color a la realidad y a nuestra persona felicidad.
Tal es la historia, que esa chispa tan perdida en el olvido desaparece, dejamos de recordarla con excusas acerca de la falta de tiempo, de lo innecesario que es para nuestra vida o de lo poco que nos importa.

Pero algo extraño ocurre con las personas y es que no hay mejor remedio para recuperar algo perdido que el hecho de correr el riesgo de no poder recuperarlo jamás. Así pues, tal vez sea un magnifico pintor que dejó de lado su habilidad por razones varias tiempo atrás y viendo peligrar la funcionalidad de las manos se pregunta "¿Podré volver a pintar?" O puede que hubiese sido un magnifico atleta hace años  y ahora que ve que la pierna no volverá a ser la misma, se lamenta de no haber corrido más entre prados y asfalto.

Desconozco si la búsqueda de la pasión perdida es fruto del egoísmo que nos aferra desde los más hondo de nuestro ser o si por el contrario, dicha búsqueda, se da como requisito fundamental para el posterior desarrollo de la vida tal y como la concebimos, pero sea como sea, el hecho de que una persona se encuentre en esa situación de no saber cómo recuperar aquello que le hacía sentir vivo es, sin duda, la prueba más dura.
"Todas las personas necesitan de algo que les haga sentirse vivos, que les haga comprender que no todo tiene sentido, pero que merece la pena aguantar por aquello que nos da un lugar donde cobijarnos, ya sea leyendo un libro o escalando una montaña"

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