jueves, 8 de agosto de 2013

Travesía de asfalto.

Capítulo I: El viaje huida.

Ventanilla abierta, la mejor música sonando y el aire, con bravura, inundando el auto que desde hacía ya unas horas, rugía sin cesar, escapando de lo que un día fue un hogar. A cada metro que me alejo, crece mi sonrisa, mi felicidad y noto como me acompaña de copiloto la libertad, que hacía años, creí ya perdida para siempre. 

La sensación que me recorre el cuerpo es tan cálida y necesaria que me hace plantearme el por qué tardé tantos años, yo, siendo una persona que se considera tan fría y desapegada, en tomar la decisión de desaparecer del mapa, de vivir al margen de la ley, de la sociedad y su ridículo contrato social, al margen de lo estipulado como correcto y cívico, en resumen… al margen de toda esa mierda que constituye una sociedad tan envenenada que poco a poco te mata en vida. 

Es cierto que no siento ni creo que valla sentir nunca apego por nadie, es más, aunque suene extraño, para lo único que veo que sirven las personas es para usarlas, son medios para alcanzar objetivos y nada más que eso, de hecho, considero que cualquier persona que no sea tratada así, de manera automática se convertirá en un lastre para tu vida, indirectamente, les deberás explicaciones por tus actos, tendrán, o creerán que tienen, derecho para opinar sobre tus actos e intentar modificar tu conducta si no la ven afín a la suya. Por eso sé que no fueron las personas de mi entorno las que me frenaron para comenzar este viaje huida. 
Quizás, el motivo de que este viaje se haya retrasado tanto, sea el miedo, que aunque parezca inexistente en mi persona, está muy presente, o tal vez, es que no tenía ni idea de cómo escapar de todo eso, de  una falsa educación que te convierte en esclavo, de un trabajo que no te realiza, solo te envejece de mala manera, de una familia casi obligatoria, con su casa sus coches y sus deudas, cuantiosas deudas. 

Muchos años son los que he tardado en decidirme, pero no puedo decir que hayan sido años echados a perder, de hecho… son años que se han aprovechado muy bien, o eso opino. Años… 8 años en concreto son los que ha tardado este viaje huida en tomar forma, 8 años que como he dicho no han sido perdidos, 8 años en los que he entendido que la solución no es escapar sin más, no es mudarse a otro sitio, no es huir sin ton ni son. La solución es convertirte en el autor, narrador y protagonista de tu propia historia, la solución es olvidar a todas esas personas que ansían tomar tu historia con su afilada pluma y destrozar lo que parecía, iba a ser una buena y agradable historia. 

Tal vez muchos piensen de mí como un loco, un exagerado o algo peor, pero es algo que puedo entender perfectamente. Tiene una explicación simple desde mi punto de vista: En el mundo hay dos tipos de personas, unas (el sector más abundante) se conforman con lo que hay, farfullan y se quejan en la distancia de determinadas cosas, pero acaban conformándose con lo que hay. Otras sin embargo, de manera inexplicable, quieren cambiar el mundo, desde que tienen uso de conciencia, son personas que no ceden, que no están a gusto en sociedad, si no están cambiándola o por lo menos intentándolo.

Como habréis podido deducir, yo me considero del grupo último de personas y como consecuencia, no puedo vivir en una sociedad infestada de mentiras, sumisión y conformismo.

Una vez explicado esto, supongo que os preguntaréis que cuál es mi plan, si no es el de irme lejos de todo sin más, ni aguantar a la sociedad del momento. Pues veréis… mi plan es algo más sencillo que todo lo que podáis imaginaros en este mismo momento. Mi plan comenzó esta mañana y acabó la misma mañana. Mi plan consistía en salir de mi casa, nada más que con ropa, coger el coche y salir de la ciudad, sin rumbo. Ese fue mi plan. No hay más, no quiero nada más. 

Ahora solo tengo que ir con paciencia, escribiendo mi historia, escuchando al director de toda esta obra, escuchando lo que de verdad quiere mi corazón, sin estar este condicionado por nada ni nadie y con una sola obligación, contar en este escrito todo lo que hice desde el momento cero, con el fin de demostrar que una vida plena y feliz solo es posible alcanzarla de esta manera. 

Muy lejos queda ya Madrid, lugar de origen de este viaje huida, y es en un puerto portugués donde ahora mi vehículo descansa, mientras yo voy a buscar la manera de poder salir del país. Nunca estuve por este país, Portugal, una tierra totalmente desconocida para mí, pero por suerte, con una lengua que con paciencia se podía entender sin tener nociones de la misma. 

Una semana después de estar en Portugal, conseguí encontrar a un anciano, en una panadería, al cual, le era tarea infinitamente dura, el mover su cuerpo para atender a las personas y más todavía para toda la faena que acarreaba la elaboración de pan y demás alimentos de repostería. Yo y de la manera que pude comunicarme con el anciano, le conseguí dar a entender, que yo le ayudaría por un tiempo en la elaboración de los alimentos, a cambio de que el me recompensara con un viaje solo de ida para Sudamérica. Concretamente, la parte de la recompensa, le costó entenderla, pues su conclusión era darme dinero a cambio del servicio ofrecido, pero ni quería dinero ni quería que ese hombre lo pensara. 

Dos cortos meses pasaron desde ese día en el que el viejo de la panadería me dejase trabajar para él. Dos meses en los que aprendí, trabajé y conseguí mi recompensa. 

Aún recuerdo mí primer día, mi primer día en una panadería repostería portuguesa, siendo yo, posiblemente, la persona con menos nociones de la elaboración de cualquier producto alimenticio. Cuando el horno hacía su magia y sacaba unas doradas barras de lo que en un principio era una masa pastosa, pálida e insípida yo alucinaba. Tal era mi cara de asombro que ese mismo semblante le sirvió al hombre mayor, para apodarme con el nombre de: menino grande. Que en portugués significa “El niño grande”. Bajo ese mote, pasé dos meses aprendiendo, innovando con ese hombre, que resultó ser un soñador y sobretodo, pasé dos meses viviendo de verdad, haciendo lo estrictamente necesario para poder conseguir el objetivo final.

Lo que en un principio iba a ser mi último día de trabajo en la panadería no iba a ser nada parecido a lo que tenía en mente. Cuando llegué a la tienda, el hombre me esperaba fuera con su abrigo color granate a juego con sus oscuras canas. La tienda estaba cerrada y me dispuse a abrirla, pero él me lo impidió. Me preguntó que si le podría hacer un favor antes de irme, favor al que accedí de buena gana pues el hombre, merecía cualquier cosa después del trato que dirigió hacia mí. El hombrecillo, me pidió que fuésemos en mi coche a un lugar al norte de donde nos encontrábamos, pegado a la costa. 

Cuando ambos vislumbramos el final del camino, fuimos conscientes de que nuestras caras cambiaban. Mi cara de asombro por ver aquel espectacular lugar debía de ser hasta graciosa. Sin embargo la cara de mi compañero, no era tanto de asombro, más bien era cara de felicidad por haber llegado a su hogar. A la vista, se veía una preciosa bahía con vegetación por todos lados y una casa bastante hermosa y acogedora apartada de la bahía por unos metros. 

Cuando llegamos, él me contó que quería mostrarme su hogar, quería presentarme  su mujer y que pasara el día con ellos. Al entrar en su casa, por el olor se intuía que era la hora de comer y una señora bastante mayor, pero con un encanto único, salió despavorida para recibirnos en la entrada con un delantal blanco, simple pero que bien podría contar miles de historias. Pasada la comida, el café y el día en general con ellos, el hombre me pidió que le acompañara a la terraza, lugar desde donde la bahía se veía más hermosa todavía. Comenzó a hablarme y me preguntó que si quería saber su nombre, pues en dos meses de trabajo junto a él, ninguno conocía la identidad del otro, yo le contesté que no se ofendiera, pero no quería saber su nombre ni el de nadie, es más, esperaba olvidar mi propio nombre para poder seguir emprendiendo mí vida a mí manera. A esta explicación, el hombre reaccionó con una carcajada con un estrepitoso final de toses, que casi le arrancan la vida de dentro. Me dijo que lo entendía, que cuando él fue joven, también caminaba agarrado de la mano junto a esas ideas que ahora a mí, me rondaban la cabeza. Pero me advirtió, casi me rogó, que fuese inteligente y fuese capaz de darme cuenta en dónde reside de verdad la felicidad y que no malgastase mi vida en inútiles intentos de buscarla a simple vista. Después comenzó a acompañarme a la salida, sin que yo me hubiese dado cuenta de que estábamos ya a punto de salir de su casa y mientras me entregaba un sobre blanco que portaba mi viaje a Sudamérica, me dijo que no me olvidase de volver a saludarles cuando mi historia hubiese estado escrita. 

Después de esa última frase, la puerta cerró suavemente y solo me quedaba esperar hasta el día siguiente para embarcarme en mi viaje.

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