Capítulo I: El viaje huida.
Ventanilla abierta, la mejor música sonando y
el aire, con bravura, inundando el auto que desde hacía ya unas horas, rugía
sin cesar, escapando de lo que un día fue un hogar. A cada metro que me alejo,
crece mi sonrisa, mi felicidad y noto como me acompaña de copiloto la libertad,
que hacía años, creí ya perdida para siempre.
La sensación que me recorre el cuerpo es tan
cálida y necesaria que me hace plantearme el por qué tardé tantos años, yo,
siendo una persona que se considera tan fría y desapegada, en tomar la decisión
de desaparecer del mapa, de vivir al margen de la ley, de la sociedad y su
ridículo contrato social, al margen de lo estipulado como correcto y cívico, en
resumen… al margen de toda esa mierda que constituye una sociedad tan
envenenada que poco a poco te mata en vida.
Es cierto que no siento ni creo que valla
sentir nunca apego por nadie, es más, aunque suene extraño, para lo único que
veo que sirven las personas es para usarlas, son medios para alcanzar objetivos
y nada más que eso, de hecho, considero que cualquier persona que no sea
tratada así, de manera automática se convertirá en un lastre para tu vida,
indirectamente, les deberás explicaciones por tus actos, tendrán, o creerán que
tienen, derecho para opinar sobre tus actos e intentar modificar tu conducta si
no la ven afín a la suya. Por eso sé que no fueron las personas de mi entorno
las que me frenaron para comenzar este viaje huida.
Quizás, el motivo de que
este viaje se haya retrasado tanto, sea el miedo, que aunque parezca
inexistente en mi persona, está muy presente, o tal vez, es que no tenía ni
idea de cómo escapar de todo eso, de una
falsa educación que te convierte en esclavo, de un trabajo que no te realiza,
solo te envejece de mala manera, de una familia casi obligatoria, con su casa
sus coches y sus deudas, cuantiosas deudas.
Muchos años son los que he tardado en
decidirme, pero no puedo decir que hayan sido años echados a perder, de hecho…
son años que se han aprovechado muy bien, o eso opino. Años… 8 años en concreto
son los que ha tardado este viaje huida en tomar forma, 8 años que como he
dicho no han sido perdidos, 8 años en los que he entendido que la solución no
es escapar sin más, no es mudarse a otro sitio, no es huir sin ton ni son. La
solución es convertirte en el autor, narrador y protagonista de tu propia
historia, la solución es olvidar a todas esas personas que ansían tomar tu
historia con su afilada pluma y destrozar lo que parecía, iba a ser una buena y
agradable historia.
Tal vez muchos piensen de mí como un loco, un
exagerado o algo peor, pero es algo que puedo entender perfectamente. Tiene una
explicación simple desde mi punto de vista: En el mundo hay dos tipos de
personas, unas (el sector más abundante) se conforman con lo que hay, farfullan
y se quejan en la distancia de determinadas cosas, pero acaban conformándose
con lo que hay. Otras sin embargo, de manera inexplicable, quieren cambiar el
mundo, desde que tienen uso de conciencia, son personas que no ceden, que no
están a gusto en sociedad, si no están cambiándola o por lo menos intentándolo.
Como habréis podido deducir, yo me considero
del grupo último de personas y como consecuencia, no puedo vivir en una
sociedad infestada de mentiras, sumisión y conformismo.
Una vez explicado esto, supongo que os
preguntaréis que cuál es mi plan, si no es el de irme lejos de todo sin más, ni
aguantar a la sociedad del momento. Pues veréis… mi plan es algo más sencillo
que todo lo que podáis imaginaros en este mismo momento. Mi plan comenzó esta
mañana y acabó la misma mañana. Mi plan consistía en salir de mi casa, nada más
que con ropa, coger el coche y salir de la ciudad, sin rumbo. Ese fue mi plan.
No hay más, no quiero nada más.
Ahora solo tengo que ir con paciencia,
escribiendo mi historia, escuchando al director de toda esta obra, escuchando
lo que de verdad quiere mi corazón, sin estar este condicionado por nada ni
nadie y con una sola obligación, contar en este escrito todo lo que hice desde
el momento cero, con el fin de demostrar que una vida plena y feliz solo es
posible alcanzarla de esta manera.
Muy lejos queda ya Madrid, lugar de origen de
este viaje huida, y es en un puerto portugués donde ahora mi vehículo descansa,
mientras yo voy a buscar la manera de poder salir del país. Nunca estuve por
este país, Portugal, una tierra totalmente desconocida para mí, pero por
suerte, con una lengua que con paciencia se podía entender sin tener nociones
de la misma.
Una semana después de estar en Portugal,
conseguí encontrar a un anciano, en una panadería, al cual, le era tarea
infinitamente dura, el mover su cuerpo para atender a las personas y más
todavía para toda la faena que acarreaba la elaboración de pan y demás
alimentos de repostería. Yo y de la manera que pude comunicarme con el anciano,
le conseguí dar a entender, que yo le ayudaría por un tiempo en la elaboración
de los alimentos, a cambio de que el me recompensara con un viaje solo de ida
para Sudamérica. Concretamente, la parte de la recompensa, le costó entenderla,
pues su conclusión era darme dinero a cambio del servicio ofrecido, pero ni
quería dinero ni quería que ese hombre lo pensara.
Dos cortos meses pasaron desde ese día en el
que el viejo de la panadería me dejase trabajar para él. Dos meses en los que
aprendí, trabajé y conseguí mi recompensa.
Aún recuerdo mí primer día, mi primer día en
una panadería repostería portuguesa, siendo yo, posiblemente, la persona con
menos nociones de la elaboración de cualquier producto alimenticio. Cuando el horno
hacía su magia y sacaba unas doradas barras de lo que en un principio era una
masa pastosa, pálida e insípida yo alucinaba. Tal era mi cara de asombro que
ese mismo semblante le sirvió al hombre mayor, para apodarme con el nombre de: menino grande. Que en portugués significa “El niño grande”. Bajo ese mote, pasé dos
meses aprendiendo, innovando con ese hombre, que resultó ser un soñador y
sobretodo, pasé dos meses viviendo de verdad, haciendo lo estrictamente
necesario para poder conseguir el objetivo final.
Lo que en un principio iba a ser mi último
día de trabajo en la panadería no iba a ser nada parecido a lo que tenía en
mente. Cuando llegué a la tienda, el hombre me esperaba fuera con su abrigo
color granate a juego con sus oscuras canas. La tienda estaba cerrada y me
dispuse a abrirla, pero él me lo impidió. Me preguntó que si le podría hacer un
favor antes de irme, favor al que accedí de buena gana pues el hombre, merecía
cualquier cosa después del trato que dirigió hacia mí. El hombrecillo, me pidió
que fuésemos en mi coche a un lugar al norte de donde nos encontrábamos, pegado
a la costa.
Cuando ambos vislumbramos el final del
camino, fuimos conscientes de que nuestras caras cambiaban. Mi cara de asombro
por ver aquel espectacular lugar debía de ser hasta graciosa. Sin embargo la
cara de mi compañero, no era tanto de asombro, más bien era cara de felicidad
por haber llegado a su hogar. A la vista, se veía una preciosa bahía con
vegetación por todos lados y una casa bastante hermosa y acogedora apartada de
la bahía por unos metros.
Cuando llegamos, él me contó que quería
mostrarme su hogar, quería presentarme
su mujer y que pasara el día con ellos. Al entrar en su casa, por el
olor se intuía que era la hora de comer y una señora bastante mayor, pero con
un encanto único, salió despavorida para recibirnos en la entrada con un
delantal blanco, simple pero que bien podría contar miles de historias. Pasada
la comida, el café y el día en general con ellos, el hombre me pidió que le
acompañara a la terraza, lugar desde donde la bahía se veía más hermosa
todavía. Comenzó a hablarme y me preguntó que si quería saber su nombre, pues
en dos meses de trabajo junto a él, ninguno conocía la identidad del otro, yo
le contesté que no se ofendiera, pero no quería saber su nombre ni el de nadie,
es más, esperaba olvidar mi propio nombre para poder seguir emprendiendo mí
vida a mí manera. A esta explicación, el hombre reaccionó con una carcajada con
un estrepitoso final de toses, que casi le arrancan la vida de dentro. Me dijo
que lo entendía, que cuando él fue joven, también caminaba agarrado de la mano
junto a esas ideas que ahora a mí, me rondaban la cabeza. Pero me advirtió,
casi me rogó, que fuese inteligente y fuese capaz de darme cuenta en dónde
reside de verdad la felicidad y que no malgastase mi vida en inútiles intentos
de buscarla a simple vista. Después comenzó a acompañarme a la salida, sin que
yo me hubiese dado cuenta de que estábamos ya a punto de salir de su casa y
mientras me entregaba un sobre blanco que portaba mi viaje a Sudamérica, me
dijo que no me olvidase de volver a saludarles cuando mi historia hubiese
estado escrita.
Después de esa última frase, la puerta cerró
suavemente y solo me quedaba esperar hasta el día siguiente para embarcarme en
mi viaje.
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