lunes, 16 de mayo de 2011

Me caigo.

   Oscuro y frío el fondo que escapa de la vista. Rápida y eterna la caída. Muchos los agarres donde poder salvar la vida, pero ninguno convence. ¿Qué hacer cuando el que tiene en sus manos la elección, no sabe decidir? ¿Qué hacer, si además, el tiempo es limitado? ¿A quién recurrir si la única regla es fiarse tan solo de uno mismo?.
   Contradicción tras contradicción, elimino agarres, para posteriormente volverlos a considerar como válidos. Meditación tras meditación, simulo diferentes resultados que me convencen, dependiendo del agarre y tras cinco minutos sospecho y los empiezo a ignorar. Lloro tras lloro pido explicaciones y solo se hace el silencio, esta vez, húmedo por mis lágrimas derramadas.
   Es curioso como en poco tiempo, el destino puede poner en jaque toda tu vida, de tal manera que solo desees que pare el maldito tiempo, que exista un botón que te lleve al futuro, o mejor, al pasado para llegar advertido.
   Al principio pensé que era el miedo el que me encerraba en esta encrucijada, pero pronto comprendí que el miedo tan solo pretendía llevarme por el camino más seguro y que el verdadero causante de toda esta gran caída era todo lo demás; La estúpida sociedad que hace que todo transcurra mediante decisiones, el egoísmo humano que crea en el interior la peor de las soledades y la contagiosa individualidad que nos lleva a pensar que todos somos enemigos.
   Así me encuentro ahora, cayendo sin rumbo ni esperanzas. Tan solo espero encontrar mi agarre, antes de llegar al oscuro suelo de manera estrepitosa, y una vez encontrado agarrarme a él para nunca soltarlo.

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